El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, llega a la cumbre de la Comunidad Política Europea, en Tirana, Albania, el 16 de mayo de 2025.
CNN  — 

Han sucedido muchas cosas esta semana, pero lo más revelador es lo que no se ha materializado.

Las primeras conversaciones directas entre Ucrania y Rusia deberían haber anunciado una nueva era en la diplomacia de cara a resolver el mayor conflicto de Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, su contexto, brevedad y resultados limitados dieron a los escépticos más razones para seguir dudando de que Moscú desee la paz.

Las tres conclusiones —un intercambio de prisioneros, nuevas conversaciones sobre una reunión de los presidentes y la definición de la visión de un futuro alto el fuego por ambas partes— parecen indicar un avance.

No obstante, los intercambios de prisioneros son habituales; Ucrania ya ha declarado su deseo de un alto el fuego inmediato e incondicional en aire, mar y tierra, y ya había ofrecido conversaciones directas entre el presidente Zelensky y su homólogo de Rusia, Vladimir Putin. Rusia rechazó ambas ideas, pero este viernes afirmó que las volvería a considerar.

Las labores diplomáticas han sido intensas esta semana para volver prácticamente a cero, al punto de partida del sábado pasado. Entonces, en Kyiv, Ucrania, Francia, Alemania, el Reino Unido y Polonia exigieron un alto el fuego incondicional durante un mes y publicaron una foto de los líderes de los cinco países hablando por teléfono con el presidente Trump. Presumieron su apoyo a la tregua, pero también hablaron de lo que Francia denominó “sanciones generalizadas” si Rusia rechazaba el alto el fuego.

Seis días después, este viernes, volvieron a publicar una foto de los mismos cinco hombres, reunidos de nuevo alrededor de un teléfono, esta vez en Tirana, la capital de Albania, hablando con el presidente de Estados Unidos. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, declaró que era “inaceptable” que Rusia siguiera ignorando una tregua. El primer ministro del Reino Unido, Keir Starmer, afirmó que Putin “debe pagar el precio por evitar la paz”.

El ministro de Asuntos Exteriores de Turquía, Hakan Fidan, presidió la reunión del viernes entre los equipos de Rusia y Ucrania.

La simetría entre las exigencias y las imágenes fue notable. La semana pasada, Trump realizó una impresionante gimnasia diplomática. Putin ignoró las exigencias de una tregua y sugirió conversaciones directas en Estambul. Zelensky dijo que se reuniría con Putin allí, y Trump se ofreció a ser intermediario. Putin rechazó todo salvo una reunión informal. Y luego Trump desinfló cualquier sensación de urgencia al añadir que nunca esperó que Putin asistiera sin estar él también en Estambul, aparentemente concluyendo que “no va a pasar nada” sobre Ucrania antes de reunirse con el líder del Kremlin.

No sabemos cómo gestionaron los líderes europeos la llamada de este viernes, con un Macron preocupado en el centro, pero seguramente tuvieron que recordar a Trump las promesas hechas. Trump se ha mostrado reacio a presionar o hablar mal de Putin en público. No obstante, ahora su credibilidad ante sus aliados europeos más cercanos —el “sabelotodo” Macron y el “duro negociador” Starmer, que le ofreció una segunda visita de Estado— está en juego. No está claro si esto le conmoverá.

En solo una semana, hemos cerrado el círculo de las emociones contradictorias que acosan a la Casa Blanca en este espinoso asunto de política exterior en el que el Gobierno estadounidense ha prometido más de la cuenta.

Han surgido dos constantes. A Putin le importa poco la presión europea o estadounidense, se limita a proponer una oferta de paz minimalista, con exigencias maximalistas, y se niega a ceder. Trump parece ofrecer en privado su apoyo a Ucrania y a sus aliados, pero en público se le ve ofreciendo una reunión bilateral con el jefe del Kremlin, siempre que Moscú esté dispuesto.

De forma intermitente, esta Casa Blanca ha querido transmitir que su paciencia con Putin es limitada, incluso que ha caducado. De vez en cuando, hasta Trump lo insinúa, aludiendo vagamente a sanciones secundarias como un comentario desechable anteriormente esta semana. Sin embargo, esta impaciencia aún no se traduce en la acción firme que Europa desea.

La Casa Blanca se beneficia de los hábiles pasos de bebé, poco sinceros, del Kremlin hacia la paz. Rusia hace lo suficiente para permitir a Trump fingir que va en serio, mientras no cede terreno en absoluto, incluso complicando las cosas este viernes con una supuesta exigencia de que Ucrania entregue territorio que Rusia no ha conquistado. Hay suficientes susurros vagos e intratables de diplomacia y más conversaciones sobre conversaciones para ofrecer la tentadora promesa de un acuerdo, sin llegar a alcanzarlo, ni siquiera delinearlo. Rusia está ganando tiempo, evidentemente, y acumulando fuerzas en la línea del frente oriental, como muestran las imágenes de drones, antes de una probable ofensiva en verano.

Sin embargo, a veces surgen momentos de claridad. Esta semana quizá haya ayudado a dilucidar cuál es la verdadera posición de Moscú, pero también la reticencia de Trump a causar dolor a Putin. La claridad puede ser incómoda, y este viernes su exembajadora en Kyiv, Bridget Brink, que dimitió el mes pasado, hizo una dura evaluación de la política de Trump.

En un artículo de opinión, Brink explicó por qué:

“Desafortunadamente, la política desde el comienzo de la istración Trump ha sido presionar a la víctima, Ucrania, en lugar de al agresor, Rusia… Como tal, ya no podía de buena fe llevar a cabo la política del Gobierno y sentí que era mi deber renunciar… La paz a cualquier precio no es paz, es apaciguamiento”.

“Y la historia nos ha enseñado una y otra vez que el apaciguamiento no conduce a la seguridad ni a la prosperidad. Conduce a más guerra y sufrimiento”.

Puede que sea demasiado pronto para determinar si el enfoque de guantes blandos de Trump significa apaciguamiento. Pero el presidente de Estados Unidos ha desinflado una semana de creciente tensión y presión sobre Moscú al sugerir que no cabe esperar ningún avance hasta que él mismo se reúna con Putin.

Y, como en el caso de la esquiva cumbre entre Trump, Zelensky y Putin, no esperen que esta embriagadora mezcla de egos, deferencia y aversión dé resultados. ¿Es la lección de la semana pasada que Trump, en persona, obligará a Putin a aceptar concesiones que meses de presión, y años de brutales luchas en el campo de batalla, no han conseguido? Puede que incluso una eventual cumbre entre Trump y Putin no arregle la guerra, sino que reinicie el reloj de la diplomacia y, como esta semana, deje a Ucrania de nuevo en cero.